Por Jorge Luis González Pacheco
Columna de análisis polìtico
En Morena, la pureza es cosa seria… o eso quieren hacernos creer. Durante años, vimos cómo personajes con pasados oscuros eran recibidos con los brazos abiertos en el “movimiento de transformación”, como si una estampita de AMLO bastara para exorcizar décadas de corrupción. Llegaban priistas reciclados, panistas de ocasión, expriistas arrepentidos y hasta líderes sindicales con más manchas que un jaguar. Pero todos, al pisar Morena, parecían nacer de nuevo: ¡Aleluya, la 4T los ha perdonado!
Por eso sorprende —y al mismo tiempo no— el caso de Alhely Medina, diputada con licencia señalada por presunto abuso sexual contra dos menores. El escándalo no solo ha llegado a los medios nacionales, sino que ya detonó consecuencias políticas concretas: Morena le ha retirado sus derechos partidarios, la CNHJ le inició un procedimiento especial sancionador y fue separada provisionalmente de sus cargos internos.
Y aquí es donde viene la ironía. Porque si algo ha caracterizado a Morena es su resistencia a soltar a los suyos, incluso cuando el agua les llega al cuello. Recordemos el caso de Cuauhtémoc Blanco: señalamientos, escándalos, investigaciones… y aún así, el respaldo morenista se mantuvo firme como si fuera de acero blindado.
¿Qué cambió entonces con Alhely Medina?
La respuesta parece estar en el contexto local. En Hidalgo, Morena no sufrió en las urnas en 2024; de hecho, salió bien librado en términos generales. Sin embargo, el desgaste comenzó después, alimentado por las malas declaraciones del gobernador, los tropiezos del secretario de Gobierno y las acciones torpes de varios presidentes municipales y cuadros recién electos. En ese entorno tenso y con la mirada ciudadana más crítica, el caso Alhely representa una bomba mediática que podría costar votos, credibilidad y alianzas rumbo al 2027.
La señal desde la ciudadanía ha sido clara. Lo vimos en Veracruz, en Durango, y ahora también en Hidalgo: cuando los gobiernos morenistas decepcionan, la factura llega. Y no siempre alcanza con culpar al pasado, a los conservadores o al INE. En la lógica política, el poder desgasta, pero los errores sin corrección desgastan más rápido.
Por eso, Alhely Medina ha dejado de ser útil. Su permanencia representaba un riesgo mayor que su sacrificio político. No se trata de justicia, ni de congruencia, ni de valores éticos. Se trata de cálculo: si sostenerla daña al movimiento, se le suelta la mano. Es así de sencillo.
En este momento, Alhely no solo está señalada judicialmente, sino que ha sido descobijada políticamente. Un símbolo del giro que Morena puede dar cuando se siente en peligro. Hoy no hay fuero, ni cobijo, ni defensa encendida desde tribuna. Solo silencio. Silencio que grita: “Morena, ¿por qué me has abandonado?”
Y tal vez, ese abandono sea la única muestra real de que en Morena también saben hacer política… aunque sea bajo presión.